Recitaba el poeta Luis Cernuda en su poema de 1937 A Larra con unas violetas:
Escribir en España no es llorar, es morir.
Porque muere la inspiración envuelta en humo,
Cuando no va su llama libre en pos del aire.
Póngase en lugar de escribir hacer cine o más genéricamente, crear cultura, y a uno se le viene el alma abajo. Por supuesto, creadores, artistas y plumas hay, tal vez no en sus mejores vuelos, pero escasa y mediana es la atracción que ejerce sobre los individuos de este país. Convertidos estos en meros consumidores, en ciudadanos nominativos poco exigentes, en simples devoradores de ocio fácil y de entretenimiento, el español medio se entrega a la liga futbolera, a los programas de televisión necios (¿es que hay otros que no lo sean?) y en menor medida al cine facilón.
Solo así te explicas que la película española más taquillera del año haya sido Torrente 4. ¿Por qué se medirá todo por el rutilante mercado, por los ingresos de caja y la ocupación de espacios de masas? Pero lo peor no es el balance económico, sino la estética de esa torrentera y el paladar de los espectadores, que responde siempre fiel y adicto y llena los patios de butaca. Torrente sigue la senda de la españolada, como llamábamos en nuestra infancia a las películas melifluas, aunque la rocíen con pretensiones de acción, guiones al gusto de los tiempos y con picardías. No dejará de ser una serie cutre que hasta ciertos críticos la salvan por aquello de que algo del alma española debe tener el personaje, sus tics fascistoides y sus chascarrillos de palillo en boca, eructo y exabrupto. Si el cine español remonta, como dicen algunos medios de incomunicación gracias a Torrente 4, ¿qué cabe esperar de la opinión pública?
No hace mucho me decían que solo es un esperpento el personaje y que la película obra como exorcismo de la mentalidad media. ¿De verdad se lo creen? Qué lejos queda de un surrealismo ingenioso, creativo y purificador, tipo Berlanga o Bardem, perfectamente inteligible, que te llegaba hasta la médula. ¿Puede ser para la industria del cine una palma de oro películas de ese calibre? ¿Eso es todo lo que exige la masa espectadora? ¿Se piensa salvar con esa línea de obras la creatividad y el arte de una industria en quiebra expresiva? Bien, se dirá, es lo que gusta y demanda la gente. Pues si es así, devolvamos la pelota a una ciudadanía que pasa de nuevo por uno de sus ciclos más afásicos, indolentes y de baja exigencia. No es inocente, y tristes y mezquinas son sus pretensiones culturales. Pero tampoco restemos responsabilidades a una industria cinematográfica española aletargada y a unas autoridades que no han dado pie con bolo ni con tirios ni con troyanos. Ya saben, los gobiernos sucesivos. Pobre Cernuda: hacer cultura en España es seguir muriendo. Sigue falleciendo la inspiración envuelta en humo y a la gente le encanta ahumarse con lo más cutre.
* Se acompañan ilustraciones del fotógrafo Chema Madoz.