hoy es siempre todavía

domingo, 27 de febrero de 2011

Que se queden donde están

(Mujeres, mural de Luis Quintanilla)



A propósito del aniversario de la muerte de Antonio Machado he vuelto a oír alguna opinión sobre el retorno de sus restos a España. No he prestado mucha atención, la verdad. ¿Qué sentido tendría? ¿Montar una parafernalia a cargo del presupuesto público para brindis de los políticos que tocan gobierno y parezcan más de lo que son? ¿Enterrar su memoria definitivamente en el panteón de hombres ilustres de La Almudena, por ejemplo? ¿Integrar después de muerto el valor que no pudo la derecha cainita tragar en vida?

No, hombre, no. La verdad de su muerte y de su lugar de enterramiento va vinculada a la verdad de su obligado exilio. Dejemos que las verdades habiten para enseñanza de los torpes de corazón y de los listos que quieren olvidarlo todo. Además, yo siempre he defendido que si hay un valor en el símbolo de un exiliado es el peregrinaje y la evocación ausente. No para pedir favores (algo he oído también sobre la conversión de la tumba machadiana en una especie de sepulcro a lo Jim Morrison) sino para que el aliciente de la memoria de lo que fue y por qué fue permanezca fresca y auténtica. Y qué historias, la verdadera peregrinación es a su obra.

Por eso me deleito cada día con algún párrafo de su Juan de Mairena. ¿Para entender al maestro Antonio? De paso. Pero sobre todo, para comprender a la España que nos toca siempre sufrir. Y, créanme, cómo disfruto y qué actuales me parecen sus irónicas aseveraciones. La nada de su materia física que se quede donde está.  

miércoles, 23 de febrero de 2011

Machado y los honores

(Huída. Mural de Luis Quintanilla)


Lo sorprendente de  la obra Juan de Mairena de Antonio Machado es que sea tan clarividente como premonitoria. A uno le cuesta imaginar la tortura interior de un hombre  -Machado como muestra, una más, del padecimiento moral de los exiliados de edad avanzada sobre todo-  en ese final de su vida. Una negación total que se le deparaba. Parece que se le aplicase lo que anticipara en su día como sentencia heterónima:

“Los honores  -decía mi maestro-  deben otorgarse a aquellos que, mereciéndolos, los desean y los solicitan. No es piadoso abrumar con honores al que no los quiere ni los pide. Porque nadie hay, en verdad, que sea indiferente a los honores: a unos agradan, a otros disgustan profundamente. Para unos constituye un elemento vitalizador, para otros un anticipo de la muerte. Es cruel negárselos a quien, mereciéndolos, los necesita. No menos cruel dárselos a quien necesita no tenerlos, a quien aspira a escapar sin ellos. Mucha obra valiosa y bella puede malograrse por una torpe economía de lo honorífico. Hay que respetar la modestia y el orgullo; el orgullo de la modestia y la modestia del orgullo. No sabemos bien lo que hay en el fondo de todo eso. Sabemos, sin embargo, que hay caracteres diferentes, que son estilos vitales muy distintos. Y es esto, sobre todo, lo que yo quisiera que aprendieseis a respetar”  (Habla Juan de Mairena a sus alumnos, capítulo XXXIV)

Qué claridad en sus palabras. No solo por esa escondida premonición que el destino ejecutó con él. Sino como una sentencia crítica de pleno vigor en una sociedad como la española, tan dada a prebendas, homenajes, exaltaciones y babosidades múltiples por parte de cualquier administración y órgano de la sociedad. Práctica que, desgraciadamente, sigue en activo, porque se ha convertido en un marketing desmesurado. ¿Qué honores tuvo Machado en Colloiure? Apenas la modesta despedida del grupo de exiliados que le arroparon y colocaron la bandera legítima sobre su féretro. Suficiente. Los otros honores, innecesarios. Quedaron las páginas de los escritos que nos legó. Y la lectura de los mismos, descubierta por los nuevos españoles, es el mejor reconocimiento. Después de todo, lo decisivo de una obra es que revierta en cada individuo. 

martes, 22 de febrero de 2011

72 años te contemplan



¿Es ésta la mirada de un hombre viejo? ¿Es la mirada de un hombre vencido? No. Es solamente la de un hombre cansado, acaso a punto de la desesperanza, pero con la determinación de no dar ni un paso atrás. Porque ¿quién puede vencer la resistencia de un ser humano? ¿Quién puede decir que un hombre consecuente es un hombre acabado? Obligarán a un individuo a la cruel suerte del destierro, le enmudecerán, le aniquilarán físicamente. Pero yo creo que el Ser de esta clase de individuos que no renuncian sobrevive. Sí, el hombre justo existe y se proyecta, y no es un mero vocablo bíblico.


A modo de evocación



Sí, hoy se cumplen setenta y dos años de que Antonio Machado muriera en Collioure. Qué más da. Nunca lograré verle como un vencido. Su obra de pensamiento y de literatura es un faro para mí. Su compromiso hasta el fin, una actitud moral. Uno descubrió hace tiempo que sólo se puede aprender de los vencidos. Habría que matizar: de los vencidos de las causas justas.

Permítaseme hacer un a modo de elegía sin rima. Y con tintes de libelo de mis años mozos. Antonio Machado pertenecía a la estirpe de los que no se rinden, ni traiciona, ni se traicionan, de los que no se venden, de los que no renuncian, de los que perseveran, de los que creen en el valor de una causa probadamente justa, de los que combaten la oscuridad en todas sus formas, de los que anhelan felicidades imposibles, de los que aman la palabra, de los que crean amor con la palabra, de quienes son fieles a sus actos electos hasta el final, de los que claman contra la ignorancia, de quienes mantienen el temple, de los que razonan, de los que creen en la vida.

Los vencedores de las tinieblas



Otros vencieron. Si los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz, la sentencia profética se hizo carne en España hace setenta y cinco años. Una dudosa sagacidad basada en la deslealtad permanente, en el interés constante por sus privilegios, en el descrédito de las formas decididas democráticamente por la ciudadanía, en la intolerancia, en el fanatismo, en la conspiración, en la ilegalidad y, finalmente, en la insurrección armada anticonstitucional. Esto existió y pasó lo que pasó. Los tradicionales poseedores de la Verdad absoluta incendiaron el país y luego echaron la culpa a los demás. Vencieron, con la ayuda de los facinerosos que gobernaban en Europa, pero de aquella victoria sangrienta España solo heredó tinieblas.

Mas la luz, y Antonio Machado lo sabía, no era de ellos. La luz no estaba con ellos. Y nuevas generaciones, mucho tiempo después de la barbarie y del largo silencio, descubrimos y heredamos aquella Luz. Para empezar a entenderlo todo, para recuperar la palabra, para ejercitar el pensamiento y practicar la razón, para revindicar la tolerancia y devolver la convivencia.